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Esta pregunta se hacía el periodista Tomás Guasch a principios de semana, ensalzando el juego del Celta de Vigo en comparación con el de Real Madrid y (sobre todo) FC Barcelona, vaticinando en parte lo que pasó ayer en Vigo.

Y es que, contra todo pronóstico, David volvió a vencer a Goliath. De hecho, David aplastó a Goliath. Cuatro goles metió el Celta al Barça, que solo pudo alzar la cabeza con un par de genialidades de Neymar y Messi para marcar su golito de la honra.

Hay infinidad de variables que pueden propiciar esta situación. En primer lugar, el Celta está en muy buena forma, jugando muy bien y con un proyecto ya por fin consolidado en primera división. Por otra parte, el Barça puede estar acusando la fatiga de jugar hasta el final las tres competiciones el año pasado, las supercopas, la Copa América… de forma similar a lo que pasó con el Real Madrid el año pasado o lo que pasó con el Inter de Milan de Benítez. Sin embargo, hay ciertos aspectos más sutiles que pueden estar desequilibrando la balanza.

No es sorpresa que el Barça pierda en Balaídos. Todas las temporadas los equipos grandes pinchan una u otra vez en determinados partidos especialmente complicados, más si tenemos en cuenta lo anteriormente comentado. Lo realmente reseñable es la magnitud de la derrota. Sería simplista justificar cuatro goles a uno por cansancio, estado de forma o errores individuales, viniendo esos cuatro goles de un equipo con menor presupuesto, figuras, banquillo, etc. ¿Qué saben en Vigo que los demás no sabemos?

Pues bien, en primer lugar, hay que concederles el mérito de tener la autoconfianza suficiente como plantear un partido abierto, con buenas transiciones ataque-defensa y sin la necesidad de encerrarse atrás tras conseguir el primer gol. Y digo mérito porque no es fácil plantearte delante de un gigante, darle una estocada por fin y plantar de nuevo los talones al suelo para seguir luchando, sin retirarte cuando vas ganando. Esto se consigue tras un trabajo sistemático y prolongado.

El ser capaz de estar en el partido, de ir jugada a jugada (fórmula que le ha dado tan buenos resultados a otros equipos) y mantener un estado de rendimiento óptimo requiere de una gran capacidad de concentración y control de la activación.

Por otra parte, las creencias también suman, sobre todo la autoeficacia o creencia en nuestras posibilidades de poder ganar. Cuanto más capaces nos creamos, más mecanismos relacionados con nuestros objetivos pondremos en marcha, y de forma más eficiente, lo que, al final, redundará en un incremento de las posibilidades de conseguir ese objetivo.

Una buena gestión emocional también ayuda. Poder aprovechar en nuestro favor la ira, la alegría, la tristeza, sin dejar que sean ellas quienes nos controlen nos puede dar otra ventaja competitiva respecto a nuestros rivales.

Es cierto que en fútbol hay muchísimas variables que influyen en el juego, pero los aspectos psicológicos influyen de manera prácticamente decisiva en la mayoría de ellos. Por ello, así como la preparación táctica, técnica y física, un buen entrenamiento mental puede marcar la diferencia.


Jaime Marcos

@Jaimemarcosred

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