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Cómo el mindfulness puede ayudar al dolor físico y al estrés

Se ha demostrado que entre el 60-90% de las enfermedades actuales se originan como respuesta del cuerpo a cambios en el estado de ánimo, ya sea por estrés crónico, ansiedad o depresión.  Por supuesto, a nadie le gusta tener dolor y estar enfermo. Por ello hacemos todo lo posible por mantener la salud: algunos confían en remedios “naturales”, otros hacen rituales, rezan, se invierte en el desarrollo de la medicina moderna, etc.

Relación entre dolor y estrés

Cada cuadro médico puede tener muchas causas y por ello es importante consultar con un profesional de la salud para descartar problemas fisiológicos serios. Sin embargo, el dolor puede verse exacerbado por procesos psicológicos y la urgencia a rechazar experiencias desagradables.  

Un ejemplo es el dolor crónico de espalda, que curiosamente, se limita en gran parte a naciones industrializadas. En un principio el dolor puede deberse a un esfuerzo físico o a estrés acumulado. Este dolor inicial causa preocupación y como reacción normal al miedo, los músculos se tensan aún más.

Esto lo puedes observar por ti mismo si adoptas una “reacción de miedo”. Haz una pantomima, ¿Qué cara, postura corporal adoptas cuando tienes miedo? Mantén esa pose por unos segundos y observa qué sientes en el cuerpo y qué pasa con tus músculos. Probablemente notes una fuerte tensión muscular.

En casos de dolor crónico, esa tensión hace que el dolor se exacerbe, las personas se preocupan aún más, y esto se vuelve un ciclo de dolor-preocupación-dolor, que luego viene acompañado de otras emociones como la ira y la frustración. Lo mismo sucede con otros trastornos del dolor del cuello, mandíbula, muñeca, rodilla, pie, hombros, pelvis, o dolor de cabeza. El estrés subyace básicamente a todos estos problemas, manteniendo así la tensión muscular.

También el sistema gastrointestinal es sumamente sensible al estado emocional: el estrés y la tensión están ligados a una mayor producción de ácido, inflamación intestinal y síntomas de indigestión. Aunque muchas intervenciones médicas intentan controlar los síntomas con medicamentos o cambios dietéticos, paradójicamente, una gran parte de la enfermedad se debe justamente a los intentos de librarnos del malestar.

Transformar el dolor mediante mindfulness

La idea de que existe una fuerte interacción entre la mente y el cuerpo no es nueva. Por ello, las intervenciones psicológicas tienen el potencial de solucionar una gran parte de los problemas médicos. El tomar conciencia de la experiencia presente con aceptación puede ayudarnos a hacer frente al dolor y a las emociones difíciles.

Una de las barreras más grandes para observar ese dolor sin necesidad de reaccionar ante él es el temor a que no cese. En un experimento se demostró que la percepción subjetiva del dolor depende de la expectativa de su duración.  Se pidió a los participantes que sumergieran la mano en agua helada por 20 segundos (lo cual puede llegar a ser muy doloroso) y se les dijo que tenían que aguantar así por diez minutos o por 30 segundos. Pasados los 20 segundos se les pidió que calificaran el dolor. Las personas del primer grupo que pensaban que tenían que permanecer así por diez minutos, reportaban altos niveles de dolor. Aquellos que pensaban que tendrían que mantener la mano en el agua solo por 30 segundos, casi siempre decían que el dolor era suave. Por ende, la ansiedad de estar sometidos a un dolor que no cesa, aumenta la percepción del dolor.

El dolor crónico se puede comparar a la metáfora de “las dos flechas”. Cuando una persona siente una corriente de dolor, es como si alguien le disparara una flecha. Entonces la persona se estresa, se lamenta, se golpea el pecho y se angustia, que es como si le dispararan otra flecha. De esta manera siente dos dolores: el físico y el mental.

Si bien la primera flecha es inevitable, las prácticas de mindfulness nos permiten no clavarnos esa segunda flecha. Percatarnos del dolor de manera plena nos permite observar cómo los pensamientos van cambiando momento a momento, independiente del dolor. También nos permite ver reacciones que son producto de la aversión al dolor; ya sean físicas (como apretar los músculos) o emocionales (como la ira, el miedo, la frustración).

Varios estudios han demostrado que practicar mindfulness alivia el dolor, mejora la tolerancia al dolor en atletas y ayuda a personas con afecciones inflamatorias crónicas. Esto podría deberse a que una mayor atención plena se asocia con una menor activación de regiones cerebrales implicadas en la percepción subjetiva del dolor.

Si bien la atención plena no es el remedio para todos los males, su práctica puede ayudarnos a reducir el dolor que nuestros intentos de control no pueden disminuir.

Por Isabel Jaramillo

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