La vigorexia, también conocida como dismorfia muscular, es un trastorno caracterizado por una obsesión con el estado físico y el desarrollo muscular. Quienes la padecen suelen percibirse como físicamente insuficientes, a pesar de contar con un desarrollo muscular notable. Esta distorsión de la imagen corporal los impulsa a realizar entrenamientos excesivos, seguir dietas extremadamente restrictivas y, en algunos casos, recurrir al uso de sustancias como esteroides para alcanzar un ideal imposible. La vigorexia no solo afecta la salud física, sino también el bienestar emocional y la calidad de vida. Desde la terapia psicológica, trabajamos para ayudar a quienes la padecen a recuperar un equilibrio saludable entre cuerpo y mente.
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Comprendiendo la vigorexia desde la psicología
Este trastorno comparte similitudes con otros trastornos de la imagen corporal, como la anorexia nerviosa, pero con una diferencia clave: mientras que en la anorexia las personas buscan la delgadez extrema, en la vigorexia el objetivo es desarrollar una musculatura exagerada. Las causas pueden ser múltiples, combinando factores biológicos, psicológicos y sociales. La presión de los estándares estéticos, el refuerzo positivo por el aumento del músculo y la comparación constante con modelos inalcanzables en redes sociales y medios de comunicación contribuyen a la aparición y mantenimiento de la vigorexia.
Desde el enfoque terapéutico, es fundamental entender que la vigorexia no se trata solo de una cuestión estética, sino de una relación disfuncional con el cuerpo y la autoestima. En muchos casos, hay un trasfondo de inseguridad, autoexigencia extrema y miedo al rechazo social. La terapia psicológica se convierte en una herramienta esencial para abordar estas raíces profundas y fomentar una relación más saludable con la imagen corporal.
La importancia del acompañamiento psicológico
El tratamiento de la vigorexia requiere una intervención integral que combine terapia psicológica, educación nutricional y, en algunos casos, seguimiento médico. Desde la psicoterapia, trabajamos con distintas estrategias para modificar los patrones de pensamiento y comportamiento que sostienen la obsesión por la musculatura. Algunos de los enfoques más utilizados son:
1. Terapia Cognitivo-Conductual
La Terapia Cognitivo-Conductual es una de las estrategias más efectivas para tratar la vigorexia. A través de ella, ayudamos a las personas a identificar y cuestionar las creencias irracionales sobre su cuerpo, el ejercicio y la alimentación. Muchas veces, los pensamientos automáticos negativos refuerzan la idea de que «nunca es suficiente» o «si dejo de entrenar, perderé todo lo conseguido». Mediante técnicas de reestructuración cognitiva, trabajamos para transformar estas creencias en pensamientos más realistas y adaptativos.
Además, utilizamos la exposición con prevención de respuesta, una técnica en la que el paciente aprende a reducir progresivamente su dependencia del ejercicio extremo y a enfrentarse a situaciones que generan ansiedad, como tomarse un día de descanso o cambiar su rutina de entrenamiento.
2. Regulación emocional y manejo del estrés
La vigorexia no solo está impulsada por la insatisfacción corporal, sino también por la necesidad de control y la gestión deficiente del estrés y la ansiedad. Muchas personas recurren al ejercicio como una forma de escape ante emociones desagradables. En terapia, enseñamos estrategias para manejar el estrés de manera saludable, como técnicas de relajación, mindfulness y actividades que promuevan el bienestar emocional sin necesidad de recurrir a entrenamientos compulsivos.
3. Trabajo en autoestima y autoaceptación
Detrás de la vigorexia suele haber una autoestima frágil, dependiente de la validación externa y de la apariencia física. Un objetivo clave de la terapia es construir una autoestima basada en aspectos más allá del físico, como las habilidades personales, las relaciones interpersonales y los valores propios. A través de ejercicios de autoconocimiento y refuerzo positivo, ayudamos a la persona a descubrir su valía más allá de la imagen que proyecta.
4. Modificación de hábitos y flexibilización de rutinas
Otro aspecto crucial del tratamiento es ayudar a la persona a flexibilizar sus hábitos de ejercicio y alimentación. No se trata de eliminar la actividad física, sino de transformarla en una práctica saludable y equilibrada. Trabajamos para establecer rutinas más flexibles, donde el ejercicio sea una fuente de bienestar y no una imposición autoimpuesta.
Además, colaboramos con profesionales de la nutrición para evitar dietas extremas y fomentar una alimentación variada y equilibrada, sin la obsesión por las calorías o la cantidad de proteínas consumidas.

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El papel del entorno y la prevención
El apoyo de familiares y amigos es fundamental en el proceso de recuperación. La vigorexia puede ser difícil de detectar porque, a diferencia de otros trastornos, el ejercicio excesivo es socialmente aceptado e incluso promovido. Es importante sensibilizar a la sociedad sobre los riesgos de este trastorno y promover mensajes que fomenten la salud y el bienestar en lugar de los estándares inalcanzables de perfección corporal.
Desde la prevención, resulta clave educar a la población, especialmente a jóvenes y deportistas, sobre la importancia de una relación equilibrada con el ejercicio y la alimentación. La promoción de una imagen corporal saludable en los medios y redes sociales también juega un papel crucial en la reducción del impacto de la vigorexia.
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Recuperar el control y vivir en equilibrio
Superar la vigorexia no significa renunciar al ejercicio ni a cuidar el cuerpo, sino aprender a hacerlo desde el respeto y la salud, no desde la obsesión. En terapia, trabajamos para que la persona recupere la libertad de elegir cómo quiere vivir su relación con su cuerpo sin sentirse esclavizada por estándares inalcanzables.
Si crees que tú o alguien cercano podría estar sufriendo vigorexia, buscar ayuda profesional es un paso esencial. Con el acompañamiento adecuado, es posible reconstruir una relación sana con el cuerpo y lograr un equilibrio entre el bienestar físico y emocional. Porque el verdadero progreso no está en el tamaño del músculo, sino en la paz y aceptación que sentimos con nosotros mismos.
Por UPAD Psicología y Coaching