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Hace ya unos años que se oye mucho hablar de inteligencia emocional como recurso para que las personas mejoren su calidad de vida. Desde los sectores más académicos se ha llegado a tachar de patraña por carecer de soporte científico. Sin embargo, la práctica de la psicología del deporte nos ha demostrado que la inteligencia emocional es una herramienta muy útil para el entrenamiento mental.

Las personas son capaces de sentir y expresar emociones gracias a la selección natural. El miedo, la tristeza o la alegría están presentes en nuestras vidas porque en algún momento de la historia de nuestra especie fueron necesarias para la supervivencia. Así, nuestros antepasados que no sentían miedo, seguramente fueron devorados por algún depredador o asaltados por alguna tribu rival, mientras que los que sí lo sentían sobrevivieron, se reprodujeron y transmitieron sus emociones a las siguientes generaciones hasta llegar a nosotros.

Sin embargo, el contexto de nuestra especie ha cambiado. La selección natural choca con la llamada selección cultural y, a día de hoy, las emociones pueden dispararse en los momentos más inoportunos, como un miedo desbocado antes de tirar un penalty decisivo, o una alegría desmedida en los últimos minutos de un partido con el resultado a favor…

Estos procesos emocionales pueden ser redirigidos intencionadamente por el mismo deportista, ejerciendo un uso inteligente de sus emociones. Esto es lo que se conoce como inteligencia emocional, característica personal compuesta por cuatro habilidades básicas.

La primera habilidad consistiría en la percepción de emociones en uno mismo y en los demás. Identificar nuestras emociones es el primer paso para poder cambiarlas o canalizarlas en nuestro favor, mientras que identificarlas en los demás nos da información útil sobre cómo actuar al respecto. Así, un portero que percibe que el lanzador de un penalti tiene miedo, tendrá una ventaja a la hora de parar el lanzamiento.

En segundo lugar tenemos la facilitación del pensamiento que nos conceden las emociones, es decir, el intervenir en nuestro pensamiento a través de las emociones. De esta forma, podemos ser conscientes de que, ante una sorpresa, nuestra toma de decisiones será más torpe, nuestra velocidad de reacción más lenta, etc.

La comprensión de las emociones sería la tercera habilidad. Consiste en saber qué situaciones pueden generar qué emociones y cómo estas evolucionan y se combinan entre sí creando nuevas emociones. Así, al marcar un triple sobre la bocina, podemos sentir euforia, una emoción compuesta por ira y alegría. Esta habilidad nos dará una ventaja a la hora de prever cuándo podemos sentir qué emociones, y prevenir los efectos negativos que estas nos pueden generar.

Por último, cuando somos capaces de identificarlas y comprenderlas, llegamos a la habilidad de regular nuestras emociones. En baloncesto, en un tiro libre decisivo, podemos sentir un miedo que nos incapacite. En ese momento, podemos identificar la emoción (“estoy sintiendo miedo”), usarla para facilitar nuestro pensamiento (“con miedo puedo precipitarme, perder la concentración”…) y comprenderla (“es un momento importante del partido y tengo una gran responsabilidad, así que es normal sentir miedo”).

Podemos regular nuestras emociones desde la modificación de nuestras interpretaciones (“tengo demasiada responsabilidad” a “tengo una gran oportunidad”) o nuestras conductas (fallar y bajar los brazos àfallar y bajar corriendo a defender, seguir luchando…).

La inteligencia emocional es una habilidad importante para el entrenamiento mental en deporte, ya que nos permite utilizar las emociones, que las vamos a sentir sí o sí, en nuestro favor, pero también lo es para cualquier tarea relacionada con el rendimiento (música, estudios, etc.) o la vida en general, y requiere de un entrenamiento reglado y sistemático.

 

Jaime Marcos

@Jaimemarcosred

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