En aras de alcanzar su máximo potencial, la humanidad como especie ha ideado las escuelas, unos centros destinados a la formación y educación de sus ciudadanos con mayor plasticidad cerebral (y por tanto más vulnerables al aprendizaje), los niños. Pero, aunque parecía una idea genial en teoría, resulta tener incontables defectos en su ejecución que requieren aún de soluciones. Uno de los que podríamos considerar inaceptables es el bullyng.
El bullyng (o acoso escolar, por si alguien aún no está familiarizado con el término) es una lacra que, sea por el aumento de denuncias o de los casos, está ocupando un lugar cada vez más privilegiado entre las conciencias de las personas. Cada vez nos reprochamos más, como sociedad, que nuestros miembros más influenciables e inocentes deban sufrir, presenciar o cometer estos deleznables actos.
El peso mediático hace que las agendas políticas empiecen a llenarse de medidas para paliar la epidemia, pero ¿qué soluciones reales podrían aplicarse a semejante problema?
Para contextualizar, lo mejor es recurrir a nuestra propia memoria. Todos hemos experimentado casos de bullyng, de alguna u otra forma y mayor o menor grado. Hemos sentido esa impotencia, esa rabia que pueden estar sintiendo las víctimas hoy en día. Hemos vivido esa sociedad subterránea que es el patio del cole o el instituto, que tiene sus propias normas no escritas y sus consiguientes sanciones. Sin embargo, debemos tener cuidado con esto, puesto que la memoria reconstruye hechos así como así, las épocas diferentes entrañan estilos educativos diferentes y cada caso, como suele decirse, es un mundo.
El bullyng tiene dos agentes principales: el bully, o agresor, y la víctima… o así lo vemos nosotros. Porque, ¿el bully se ve a sí mismo como un agresor? ¿Hace bullyng por el placer de abusar? Habría que preguntarles a ellos, pero aquí apostaríamos a que haciendo bullyng pueden sentir algo relacionado con fuerza, superioridad, control… y, ¿cómo se siente la víctima? Puede que inferior, débil, culpable, rechazado, temeroso… Ambos roles están diseñados para mantener el uno al otro, lo cual favorece al bully y hunde a la víctima. Pensamos que ahí es dónde hay una brecha en este entramado social particular.
Soluciones al bullyng o acoso escolar
Todos nos movemos en nuestro propio mundo, creado por nuestras ideas, nuestros esquemas, y esos esquemas, son construidos. Si de niño me dicen que soy moreno, aprenderé que soy moreno aunque mi pelo brille como el sol. Si me dicen que soy tonto, me esforzaré menos, estudiaré menos, y aprenderé menos. Si me convierto en una víctima, corro el lógico riesgo de sentirme como una víctima, de creerme una víctima y, por lo tanto, de mantenerme en el rol de víctima. Porque el rol de víctima te lo dan, pero eres el tú el que te lo quitas. Por tanto, reconstruyamos esos esquemas. Ayudemos a las víctimas protegiéndolas, pero también dándoles recursos. Trabajemos en educación temprana, reforzando la autoestima, tan necesaria no solo para prevenir el bullyng, sino también el maltrato machista, el mobbing… valoremos la diversidad, así como aquellas cualidades positivas que tienen todos los niños, aunque no estén estrictamente relacionadas con el ámbito académico (el deporte, el humor, la creatividad). Eduquemos en habilidades sociales (asertividad, empatía) y en valores (compañerismo, responsabilidad). Y actuemos con las víctimas, otorguémosles herramientas para deshacerse de su disfraz de víctima, y consigamos que solo lo sean por definición. Porque ser una víctima no tiene por qué hacerte sentir como una víctima.
Recuperemos nuestras escuelas, ayudemos a esta subsociedad a ser, el día de mañana una sociedad mejor que la nuestra, permitamos a los niños disfrutar de aprender, sentirse motivados por ir a clase. Que construyan un esquema donde estas escuelas sean oportunidades, y otro en el que ellos sean el potencial de su mejor versión. Sí, es difícil, puede que suene utópico… pero si nos rendimos… entonces seremos nosotros quienes estaremos asumiendo el rol de víctimas del bullyng. Y no podemos permitírnoslo.
Por Jaime Marcos.