Reconozco que no le tengo demasiado cariño al Real Madrid de Sergio Ramos. Ser del Atleti en la capital de España es, cuanto menos, complicado. Vayas a donde vayas, te encontrarás con un centenar de personas que son fieles seguidoras del equipo blanco (ojo, no digo que esto sea malo…podría no gustarles el fútbol). Hace varios años, éramos el equipo gracioso, el simpático, “el pupas”. Hasta que llegó Simeone.
Fue un 23 de Diciembre del 2011. Tan solo 2 días antes, en una fría y fatídica noche a orillas del Manzanares, el equipo en ese momento entrenado por Gregorio Manzano, fue eliminado sorpresivamente de la Copa del Rey por un modesto Albacete. Parecía la confirmación de un declive que ya se estaba viendo en Liga (por aquel entonces, el equipo marchaba 10º, a 21 puntos del líder y a 5 de la 6ª posición, que daba acceso a la Europa League, único puesto posible al que se podía (aunque difícilmente) aspirar. Pero ahí llegó Simeone.
El Atleti siguió sin ofrecer realmente un buen juego, seguía sin ganar todos los partidos que debía, pero se notaba. Algo grande estaba pasando en el Calderón. Y eso que se notaba, dio sus frutos un 9 de Mayo de 2012 en Bucarest. El Atlético, con una demostración soberbia de olfato goleador de Radamel Falcao, se imponía 3-0 al Atlethic de Bilbao en la final de la UEFA Europa League. Y aquí empezaba la era del ‘cholismo’. Y el respeto del equipo vecino.
Al año siguiente, tras una gran actuación en La Liga (3ª posición), llegó la final de la Copa del Rey, contra el Real Madrid, en el Santiago Bernabeu. ¿Hace falta algo más? Aún se me ponen los pelos de punta cada vez que recuerdo aquel gol de Miranda en la prórroga. ¡Ay, Dios mío! ¿Os acordáis de la pancarta que sacó el Madrid 1 año antes? “Se busca rival digno para derbi decente”. Trece años habían pasado desde la última victoria del Atlético contra el eterno rival. Y, ¿qué mejor contestación a esa pancarta que una victoria en una final?
He empezado diciendo que no le tengo demasiado cariño al Real Madrid. Pero lo que en verdad quería decir era que no le tengo especialmente cariño a Sergio Ramos. Quizás se deba a aquellas dos finales de Champions en las que, por su culpa (o su gracia para los aficionados del Madrid), los colchoneros vimos cómo se nos iban al traste tantos sueños.
Pero no es de esto de lo que he venido a hablar.
El otro día, vimos una demostración más de que, llámalo karma, llámalo suerte, llámalo como lo quieras llamar, existe. Y no es bueno infinitamente. Sergio Ramos siempre ha reconocido que su corazón está con el Sevilla, que siempre es bonito jugar allí, que cuando muera quiere que le entierren con una bandera del equipo andaluz al cuello…pero, amigo, las palabras bonitas se demuestran con actos.
No defiendo a los Biris, cuidado, no me parece normal que se insulte a la familia de nadie, mucho menos de un jugador, por poco cariño que le tengas. El número de energúmenos en el mundo del fútbol crece, y eso es algo que debemos evitar desde casa, enseñando a nuestros hijos respeto hacia el rival y el árbitro (aunque, en muchas ocasiones, nos lo pongan difícil). No les defiendo, no, pero un deportista profesional no debe entrar en provocaciones.
El gesto de Ramos al marcar el 3-2 de penalti, en una eliminatoria que estaba ya (a pesar de lo que podía parecer) sentenciada desde el partido de ida, no gustó a casi nadie. Y seguramente a Sergio Ramos tampoco. Porque como dijo aquel: “si hace dos horas llovió y ahora te pones a regar…es porque muy listo no eres”. Y eso fue lo que pasó. Apenas 72 horas después del feo gesto, ambos volvían a cruzarse. Afición y jugador. Y ahí las cartas ya estaban echadas.
Desde el principio el campo fue un infierno para el camero. Si bien no había sido en los últimos tiempos un paraíso para él, el público tenía sus razones para intentar hacer su vuelta al Pizjuán una pesadilla. Y lo consiguieron.
Estamos hartos de oír eso de “el minuto noventa y ramos”, de lo decisivo que resulta el defensa con sus goles en los últimos minutos de los partidos. Y ayer pasó lo mismo. Una jugada desafortunada, en el minuto 85, una envenenada falta lanzada por Sarabia, un desesperado intento de despeje. Gol de Ramos en propia puerta. 1-1 en el Pizjuán. Y el Sevilla se lo creyó y se acabó llevando los 3 puntos. Y una pequeña parte de Sergio Ramos.
“Ha sido un lance del juego”, decía Ramos en zona Mixta. Pero él sabe que, en otro momento, en otro estadio, esto no habría pasado. De no haber sido por aquella celebración, aquel enfrentamiento con los aficionados del fondo sevillista, este gol no habría entrado. No, Ramos, no, no ha sido un lance del juego. Es más simple que todo eso.
Quizás suene como si para mi fuese una dulce venganza, y tal vez un poco. Pero realmente no estoy contento por esto. Sergio Ramos es un profesional como la copa de un pino y reaccionó de manera equivocada ante las provocaciones de 4 personajes. Pero la verdad, Sergio, es esta: la racha del Madrid terminó en el momento en el que decidiste seguirles el juego. Y también la tuya. Y si no, un frío dato: es el primer gol que marca Sergio Ramos en propia puerta en liga con el Real Madrid. Saquen sus conclusiones.
Por Alejandro Alcazar, estudiante en prácticas de la UCM