Cada semana recibimos en consulta a personas que, entre sus preocupaciones, mencionan el trabajo. Lo hacen con frases como: “No tengo tiempo para nada”, “Me paso el día apagando fuegos”, “Me cuesta dormir pensando en todo lo que tengo que hacer mañana”, “Estoy quemado/a, pero no me puedo permitir dejarlo”. Y siempre nos surge la misma pregunta: ¿realmente vale la pena el salario si perdemos la salud?
Lo que antes se consideraba un éxito (tener un empleo estable, con buen sueldo, incluso con prestigio social), hoy empieza a ponerse en entredicho. Una nueva conciencia sobre la salud mental y el bienestar ha empezado a cuestionar ese modelo que a menudo glorifica la productividad a toda costa. No es casualidad que un estudio reciente revele que los trabajadores españoles estarían dispuestos a renunciar hasta a un 31% de su salario a cambio de una vida profesional con menos estrés, más autonomía y un trato justo.
Este dato, lejos de ser anecdótico, nos dice mucho sobre cómo ha cambiado la percepción del trabajo y del salario en nuestra sociedad.
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El salario emocional: más allá del dinero
Durante décadas, el salario económico ha sido el centro de las decisiones laborales. Era lógico: un buen sueldo podía garantizar estabilidad, casa, familia, vacaciones, jubilación… Pero hoy sabemos que no todo se compra con dinero, y que la salud mental no se negocia.
El concepto de salario emocional se ha hecho cada vez más popular. Hablamos de todo aquello que no se traduce en euros, pero que marca una diferencia profunda en cómo vivimos nuestra jornada laboral: desde tener flexibilidad horaria, hasta sentirnos valorados, poder tomar decisiones, o simplemente recibir un “gracias” por el trabajo bien hecho.
El salario emocional no paga la hipoteca, pero puede evitar un ataque de ansiedad. Y, cuando nos enfrentamos a la disyuntiva entre ganar más o vivir mejor, cada vez más personas están eligiendo lo segundo.
El precio del estrés crónico
Quienes trabajamos en psicología lo vemos con claridad: el estrés laboral sostenido en el tiempo tiene un coste emocional y físico elevado. Puede comenzar de forma silenciosa: nos sentimos más irritables, dormimos peor, se nos cae más el pelo, nos cuesta concentrarnos… Pero si no hacemos nada, esos síntomas pueden convertirse en algo más grave: ansiedad, depresión, burnout, problemas de pareja, insatisfacción vital, enfermedades cardiovasculares, etc.
Lo más triste es que muchas veces normalizamos el malestar. Lo justificamos pensando que “es lo que hay”, que “todos estamos igual”, o que “al menos tengo trabajo”. Pero no debería ser normal levantarnos con dolor de estómago, temblar al leer un email del jefe, o llorar en el coche antes de entrar a la oficina.
Nos enseñaron que el trabajo dignifica. Y es cierto. Pero también creemos firmemente que el trabajo no debería enfermarnos. No debería alejarnos de nuestra familia, ni quitarnos las ganas de vivir.
Un cambio de prioridades
La pandemia de la COVID-19 supuso un punto de inflexión. De pronto, nos vimos obligados a parar. Y ese parón fue también mental: muchos replantearon sus prioridades. ¿Qué sentido tiene ganar un salario si no tengo tiempo para estar con mis hijos? ¿Para qué trabajar doce horas si no puedo disfrutar de mi salud, ni ver a mis padres?
Desde entonces, muchas personas han comenzado a buscar trabajos más alineados con sus valores. Ya no se trata solo del salario, la estabilidad o el estatus, sino de sentido, equilibrio y bienestar. Hemos pasado de admirar al que no tiene tiempo porque “trabaja mucho” a sentir pena por quien no puede desconectar jamás.
En ese contexto, tiene mucho sentido que un porcentaje creciente de españoles diga estar dispuesto a ganar menos salario si eso significa vivir mejor.
¿Por qué renunciaríamos a parte del salario?
Según el estudio citado, los factores que más influyen en la decisión de renunciar a parte del salario son:
- Un trato justo y respetuoso: Las personas quieren sentirse vistas, escuchadas y valoradas. Un jefe que humilla o ignora, por muy buen sueldo que ofrezca, genera un entorno tóxico que mina la autoestima.
- Autonomía y confianza: Poder tomar decisiones, gestionar el propio tiempo y no tener que justificar cada movimiento es liberador. La microgestión ahoga y agota.
- Flexibilidad: Poder adaptar el horario, teletrabajar o compatibilizar la vida laboral con la personal son elementos clave. Ya no queremos vivir para trabajar, sino trabajar para vivir.
- Reconocimiento: Un simple “gracias” o una palabra de aliento puede tener más impacto que una prima económica.
Estos factores, aunque intangibles, tienen un gran peso emocional. Cuando sentimos que nuestra dignidad está por encima de nuestro salario, ya hemos empezado a priorizarnos.
El mito del sacrificio constante
Hemos crecido con la idea de que “si quieres algo, tienes que sacrificarte”. Y, en parte, es verdad: el esfuerzo es necesario. Pero el sacrificio constante, sin sentido, que se convierte en norma… eso ya no es sano.
En consulta hemos escuchado frases como:
“Trabajo doce horas al día porque si no me echan”.
“No cojo la baja aunque esté mal, porque luego me penalizan”.
“Llevo años sin vacaciones completas, siempre me llaman aunque esté fuera”.
¿Realmente creemos que eso es sostenible? ¿O estamos viviendo en piloto automático, postergando constantemente nuestro bienestar?
A menudo, cuando invitamos a las personas a imaginar su vida en cinco o diez años si siguen con ese ritmo, se quedan en silencio. Porque se dan cuenta de que están cambiando salud por dinero, y no siempre de forma consciente.
El rol de las empresas: ¿y si cuidamos al trabajador?
Las empresas también tienen una gran responsabilidad. Muchas siguen creyendo que presionar, controlar y exigir sin parar da resultados. Pero la evidencia psicológica dice lo contrario: las organizaciones que cuidan a sus empleados, obtienen mejor rendimiento. En UPAD, las llamamos Empresas Conscientes (pincha el enlace si quieres conocer más sobre ellas y sobre los servicios que ofrecemos).
Un trabajador que se siente bien, que se siente parte, que tiene voz y margen de maniobra, produce más, se implica más y se queda más tiempo. Las bajas laborales por salud mental están aumentando, y eso debería ser una señal de alarma para cualquier departamento de recursos humanos.
Invertir en bienestar no es un gasto: es una inversión. Y empieza por escuchar, flexibilizar, formar líderes empáticos y promover un entorno de respeto y humanidad.
Cambiar el paradigma: de sobrevivir a vivir
El trabajo debería ser un espacio donde podamos aportar valor, sentirnos realizados y desarrollarnos como personas. No una cárcel donde cronificamos el estrés por un simple salario.
Cuando trabajamos con personas que quieren redefinir su vida laboral, solemos hacer una pregunta muy sencilla: ¿Qué necesitas para vivir mejor, aunque ganes menos?
Y ahí aparecen cosas como:
- Tener tiempo para recoger a mis hijos.
- Dormir bien.
- Hacer deporte.
- Comer con calma.
- No vivir con miedo.
- Sentirme respetado/a.
- No tener que demostrar todo el rato que valgo.
A veces, con pequeños cambios (como un día de teletrabajo, una jornada reducida o una conversación sincera con el jefe) se pueden mejorar mucho las condiciones (y no tiene por qué ser el salario). Otras veces, es necesario un cambio más profundo, incluso de empleo. Pero lo importante es no resignarse al malestar.

Aprende a quererte mejor, a priorizarte y construir esa confianza que necesitas para enfrentarte a la vida con ganas.
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Lo que aprendemos en terapia
Desde nuestra experiencia como psicólogos, podemos afirmar que las personas no vienen a consulta solo porque no aguantan su trabajo. Vienen porque sienten que se están perdiendo a sí mismas. Porque han dejado de reconocerse. Porque viven en tensión constante. Porque tienen miedo de cambiar, pero más miedo aún de quedarse donde están.
Y en ese proceso terapéutico, ayudamos a identificar valores, recursos, límites, y poco a poco, ir construyendo un nuevo modelo de vida más respetuoso consigo mismos.
No siempre es fácil. Hay hipotecas, hijos, miedos, condicionantes… Pero cada vez hay más personas que están dispuestas a elegir salud antes que dinero. Y ese es el primer paso hacia una sociedad más humana.
¿Y tú, qué elegirías?
La próxima vez que te preguntes si vale la pena lo que estás viviendo en tu trabajo, quizá puedas parar y escucharte.
- ¿Te sientes bien al final del día?
- ¿Tienes espacio para ti?
- ¿Sientes que vives o solo sobrevives?
- ¿Qué te dice tu cuerpo?
- ¿Qué te dirías si fueras tu mejor amigo/a?
No se trata de tomar decisiones impulsivas ni idealizar la renuncia como si fuera fácil. Pero sí de ser honestos con lo que necesitamos para estar bien. Porque si no lo somos, nadie lo será por nosotros.
Vivir con dignidad también es un derecho laboral
Estamos ante un momento de cambio social. La salud mental ya no es un lujo, ni una moda. Es una necesidad. Y el mundo laboral tiene que adaptarse. Porque no hay productividad sin personas sanas. Y no hay empresas sostenibles sin bienestar real.
Si un número creciente de españoles estaría dispuesto a renunciar a parte de su salario por vivir con menos estrés, es que algo estamos haciendo mal. Y también, que tenemos una gran oportunidad para hacerlo mejor.
Como psicólogos, seguiremos acompañando a quienes se atreven a buscar una vida más plena, incluso si eso significa ganar menos. Porque el precio de la salud es incalculable. Y porque no hay salario que compense perderse la vida.
Por UPAD Psicología y Coaching