“Sociedad de la información”, así es como popularmente es conocido nuestro entorno social en la última década. En estos años en los que prima el capturar un momento para compartirlo más que para vivirlo, el uso “productivo” de estas tecnologías debería ser el principal objetivo de las mismas.
En la actualidad, es habitual encontrarse que en los diferentes canales de los medios de comunicación se están haciendo eco de las múltiples victimas que se producen por violencia de género.
Una, dos, tres… el número de víctimas aumenta de manera exponencial con diferentes casuísticas subyacentes: violaciones colectivas, malos tratos domésticos, acosos laborales, etc. Y junto al titular de turno, podemos encontrar asociados determinados términos como machismo, feminismo o hembrismo entre otros, como si una especie de guerra, en la que todos pierden, hubiese dado comienzo.
Para poder entender a que nos estamos refiriendo con cada uno de ellos, resulta preciso aportar alguna definición que nos ayude a contextualizarlos:
- Machismo: dícese de la actitud o manera de pensar de quien sostiene que el hombre es por naturaleza superior a la mujer.
- Feminismo: Doctrina y movimiento social que lucha y solicita para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres.
- Hembrismo: neologismo que se utiliza para referirse a una actitud que legitima el menosprecio y los ataques hacia los hombres por el hecho de serlo. Suele ser equiparado al concepto de misandria, que significa «odio hacia los hombres».
- Sexismo: Actitud discriminatoria de quien infravalora a las personas del sexo opuesto o hace distinción de las personas según su sexo
Todos ellos tienen en común varias cosas, hacen referencia al posicionamiento de la mujer en la sociedad, tienen un fuerte componente cultural y en todas aparece la palabra «actitud», lo cual implica una disposición personal a comportarse de una determinada manera.
Guerra de sexos VS Educación y cultura de género
Esta actitud puede estar determinada por aprendizajes culturales, posicionamientos políticos, valoraciones situaciones, etc. Pero tiene un componente que le hace especial, y es que depende de nosotros. Tenemos el poder de actuar de una manera u otra, ver el vaso medio lleno o medio vacío, dar más o menos importancia a determinadas acciones o comentarios… está en nuestras manos el poder coexistir de una u otra manera.
Mi objetivo con este artículo, no es posicionarme hacia ninguna corriente o juzgar ningún comportamiento, únicamente quiero apelar a la coherencia y sobre todo, al uso de nuestras capacidades para lograr una convivencia digna y justa.
Tal y como comentaba al principio del artículo, las redes sociales, los nuevos dispositivos electrónicos o los diferentes medios de comunicación, tales como la televisión o la radio, son una fuente de vital importancia en la propagación de la información. Sería conveniente que se tratase con cierta delicadeza y cuidado este tipo de temas, ya que dicha información, en la manera de comunicarse y de entenderse, es el pilar fundamental para promover las nuevas culturas en la sociedad, que muchas veces se mueve al sol que más calienta. La cultura nos hacer ser quienes somos, nos enseña valores y nos hace entender el mundo de una determinada manera. Nuestras creencias y actitudes van de la mano de nuestra cultura, por lo que deberíamos pararnos a pensar más a menudo, de dónde venimos, dónde estamos y sobre todo, a dónde queremos llegar.
No podemos consentir el tener una guerra abierta entre nosotros mismos, solo porque tengamos características biológicas o culturales que nos hagan diferentes. Únicamente lograremos ser una sociedad rica y civilizada cuando entendamos que somos humanos y erramos, que el que está a mi lado siente como siento yo, que no todos somos iguales y que quien generaliza miente, cuando el dinero sea un medio y no un fin y cuando entendamos que los estereotipos solo son etiquetas.
En definitiva, cuando apostemos por sembrar más respeto, amor y aprecio ante la diversidad, en lugar de odio, discriminación o intolerancia. Sin tratar de encontrar culpables, solo asumiendo cada uno su responsabilidad para construir, no para destruir.
Por Ana Silva.