Desde UPAD Psicología y Coaching, queremos sumarnos a la condena y denuncia de los acontecimientos violentos ocurridos el pasado domingo en Madrid Rio y que desencadenaron en la muerte de un aficionado, así como al pésame hacia la familia del mismo.
Además, creemos que es una buena oportunidad para dar un punto de vista diferente, aunque simplificado, sobre las posibles causas y soluciones de esta desgraciada situación (por las que pareciera que solo nos preguntamos después de que se produzcan las consecuencias más trágicas).
Hay una teoría clásica en psicología que nos dice que, ante la presencia de un obstáculo, las personas solemos frustrarnos, creando un exceso de actividad fisiológica y emocional con el que algo tendremos que hacer, y la respuesta conductual más básica sería la agresión (teoría de la frustración/agresión). Por otra parte, el aprendizaje social nos dice que las personas tienden a imitar aquellos comportamientos que observan en sus semejantes y que van seguidos de refuerzo. Así, el sentir frustración y encontrarnos en una situación en la que, según hemos aprendido, la agresión sería una respuesta adecuada, el riesgo de violencia aumenta, sobre todo si además observamos cómo nuestros semejantes actúan de forma agresiva impunemente.
Desde esta perspectiva, se ha defendido la idea de que la gente se comporta de forma violenta en el fútbol en pos de un efecto catártico que disminuya esos impulsos agresivos, lo cual, paradójicamente, reforzaría dichos impulsos a través del refuerzo conseguido con la disminución de la ansiedad (estoy ansioso, pego, me relajo y me siento bien, así que aprendo que pegar me hace sentir bien).
Por ello, solemos ver a vecinos y familias que, mientras llevan comportamientos ejemplares en su contexto cotidiano en el que incluso condenarían la violencia, actúan agresivamente en campos de fútbol, de lo que deducimos que existe cierta independencia entre el comportamiento agresivo contextualizado y el razonamiento moral… ¿qué podemos decir entonces, de personas con un perfil de personalidad que facilite el comportamiento agresivo? Con todo esto, ¿podemos pensar que echando a los violentos del fútbol echaremos la violencia?
Por último, cabe destacar el efecto del “enemigo común”. Quizás cada uno de los bandos que pelean están compuestos por personas con fuertes diferencias políticas, religiosas o personales, pero se unen a favor de luchar contra aquellas que, sin conocerlas, son enemigas por sencillamente llevar una camiseta de otros colores (y con quienes se hermanarán, algunas de ellas, cuando juegue la selección española).
Quizás se pudieran disminuir los efectos de la violencia en fútbol reduciendo los mensajes provocativos, tendiendo puentes entre aficiones rivales, minimizando los comportamientos antideportivos de los jugadores, técnicos y directivos y maximizando las conductas prosociales, evitando campañas con motivos bélicos o tribales, etc. Además, las organizaciones (clubes, estadios, federación, prensa) pueden intentar evitar los facilitadores ambientales a la agresión (partidos a altas temperaturas, aglomeraciones, instalaciones inseguras, mensajes incendiarios en los medios, seguimientos exageradamente innecesarios, etc.) y todos debemos acordarnos de premiar los comportamientos no violentos, recordando que la conducta reforzada es la que tenderá a repetirse en el futuro.
Así, esperamos aportar nuestro pequeño paso hacia un fútbol sin violencia, del que podamos disfrutar y que además nos sirva como vehículo de transmisión de valores positivos hacia nuestras nuevas generaciones y nuestra sociedad.
Jaime Marcos