Durante la etapa escolar, la toma de decisiones sobre el conocimiento impartido, el estudio y la evaluación, nunca es responsabilidad de un alumno en el sistema educativo formal, sino que es la figura de un docente, sujeto al departamento de su asignatura; el que indica en qué momento serán sometidos a un examen, cuándo pedirán las tareas que consideran necesarias y el orden y selección del temario que debe conocerse en ese ciclo. La figura del alumno, en cambio, tan solo se encarga de acatar esas indicaciones y compaginarlas con su vida social y personal; pero este sistema, no está diseñado para que sean ellos los que deciden cuándo van a dedicar su tiempo a aprender, cuando lo van a emplear en afianzar conceptos y conocimientos y cuando se sienten preparados para ser evaluados y calificados. Bien es cierto, de que se necesita un buen desarrollo de la autonomía para que, a pesar de no ser ellos los que estructuran esta planificación, deben organizarse para llegar a cumplir dichas metas en los tiempos establecidos; pero también es cierto, que no suele incluirse a penas ningún espacio que esté destinado a enseñar a los alumnos, dichas herramientas de gestión del tiempo y las tareas. De esta forma, lo que puede generarse, es una ligera confusión por experimentar una falta de autonomía, a la vez que una gran exigencia de la misma, en el mismo contexto.
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Educación de la autonomía a través de la danza
Similar a este mismo patrón, las danzas académicas impartidas en el Conservatorio Elemetal, Profesional y Superior (Danza española, Flamenco, Contemporáneo y Clásico), siguen la misma estructura temporal y organizativa, con la única diferencia de que sus asignaturas se caracterizan por ser, en su mayoría, prácticas; pero siempre bajo las indicaciones y supervisión de un profesor. De este modo, entendemos que la danza, en cualquiera de sus modalidades académicas, ha sido incluida en este sistema bajo el mismo patrón de aprendizaje, a pesar de ser disciplinas y conocimientos mucho más específicos y orientados a un sector concreto, por lo tanto, el fomento de la autonomía en este contexto, comparte características con el sistema educativo formal. Además, es bastante común que la forma de entrenar o practicar dichas disciplinas, sea desde la repetición de una clase o un ejercicio ya aprendido, y no desde la investigación propia o la creatividad individual.
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En las danzas urbanas, sin embargo, entendemos que es el propio bailarín el que decide cuándo quiere entrenar, qué necesita aprender en ese momento, a qué hora del día es más productivo para entrenar, investiga cómo puede corregirse a sí mismo, cuándo considera que un conocimiento está lo suficientemente interiorizado y cuándo necesita de refuerzo, etc. J. Piaget decía: ‘’Todo lo que se le enseña a un niño, se le impide inventarlo o descubrirlo’’. Al no disponer necesariamente de un espacio regulado que oriente a los estudiantes en estas disciplinas, son ellos mismos los encargado de buscar estas herramientas en diversos lugares; ya sea modos de planificación, referencias visuales y metódicas, técnicas de eficiencia, etc. El resultado de esto, es que cada bailarín de danza urbana recorre caminos de aprendizaje y desarrollo muy dispares entre sí, lo que potencia mucho más sus cualidades y lo acerca más a su esencia personal y artística.
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Claves para fomentar la autonomía
De este modo, el desarrollo de la autonomía para elaborar una estrategia o plan para alcanzar objetivos propios e individuales, es algo que el sistema educativo potencia más bien poco, mientras que la metodología de las danzas urbanas lo presenta como algo intrínseco para su desarrollo, ya que el fin o producto que se está elaborando, nunca es igual a otro, sino que depende de las cualidades, características y curiosidades de cada alumno. Potenciar la autonomía desde este punto, puede ayudar a educar a jóvenes mucho más emprendedores y autosuficientes, capaces de buscar los recursos que necesitan para superar los obstáculos que se le presenten en cualquier escenario posible a lo largo de su vida, ya sea, personal o laboral.
Por Alba Salado