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Comida emocional: 6 claves para romper el círculo de la inercia

¿Por qué recurrimos a la alimentación cómo refugio cuando nos sentimos mal? ¿Por qué comemos alimentos como el chocolate cuando estamos tristes? ¿Por qué parece que no podemos salir de ahí? ¿Hacía realmente falta?. Estas son el tipo de preguntas que nos abordan de forma más frecuente, cuando hablamos de comida emocional.

Y es que solemos tender a pensar en ella, como algo que se asemeja a un desastre: que alimentarse de esa manera es descontrolado, que supone una debilidad por nuestra parte o que estamos haciendo algo muy tóxico. Es por esto que, en nuestra mente, creemos que hay algo que no estamos haciendo bien, aunque esto no sea siempre así.

¿Qué es la comida emocional?

De hecho, es habitual. El hambre emocional existe y lo sufren de forma puntual una amplia mayoría de personas porque tiene su fundamento: la comida libera endorfinas. Si como alimentos estimulantes seguramente me voy a sentir un poco más alegre.

Además, la relación entre la emoción y la comida nos viene desde que somos bebés: cuando un bebé llora, se le intenta dar de comer para ver si con ello se calma el llanto. Este acto nos genera, a la vez, la sensación de protección y de estar cuidados, la misma que buscamos cuando tenemos que hacer frente a una situación complicada o triste.

Recurrir a la comida, por tanto, para contrarrestar esos neuroquímicos golosos que se están produciendo como consecuencia de esa situación, es muy lógico, estamos adiestrados desde que hemos nacido y ha sido un recurso desde el pasado. Sin embargo, a pesar de que la comida emocional es un recurso, a veces se aleja de su propósito de hacernos sentir mejor.

La comida emocional genera un círculo vicioso: primero recurrimos a la comida y luego nos sentimos culpables por haberlo hecho. Nos afecta negativamente porque nos sentimos más tristes y comemos emocionalmente más por ello: “por malestar como y por comer me siento mal”. Así el circulo se repite de nuevo y sentimos que no podemos salir de él.

Lo que ocurre hoy en día, es que tenemos a nuestra disposición este tipo de alimentos saciantes a nivel emocional. Cada vez que nos sentimos tristes, nerviosos o aburridos recurrimos a estos alimentos: automatizamos y convertimos este ciclo en un hábito que, además, se retroalimenta. ¿Qué podemos hacer?

1. Distingue entre hambre emocional y hambre física

No es lo mismo sentir hambre que tener hambre. No es curioso que se llame comida emocional y no alimentación emocional: recurrimos a la comida, pero no para “alimentarnos”, sino para conseguir otras cosas que poco tienen que ver con que nos muramos de hambre. Entre el hambre emocional y el físico hay tres diferencias clave:

  • El hambre emocional aparece de pronto. Es tan súbito como la emoción. Genera esa sensación de pulsión, de ir directamente a por ello y hacerlo en el momento para calmar la emoción cuanto antes: “lo necesito y lo necesito ya”.
  • Ciertos alimentos más que otros. Cuando sentimos gran agitación emocional, no nos da igual comer una cosa que otra. La adrenalina y el cortisol que genera el malestar, entre otros, nos impulsan en la búsqueda de alimentos con más azúcar: los dulces y los hidratos de carbono complejos.
  • Es compulsivo y puede llevar a atracones. El hambre física se puede saciar, pero el hambre emocional es mucho más difícil, porque hasta que no consigues “engañar a tu emoción”, no empieza esa sensación de saciedad.

2. Ten diversidad de recursos

Si el único recurso que tenemos es la comida emocional, entonces inevitablemente se va a convertir en un automatismo: algo que hago sin pensar que hago. Para ello, podemos buscar en nuestro repertorio actividades que nos “alimenten”: no alimentar el hambre emocional con comida, sino con actividades “nutritivas” que son las que realmente nos llenan, como hacer deporte, pasear o leer.

3. No le quites importancia al hábito por ser automático.

Debemos tirar de razón: pensar y racionalizar. No minimices un hábito porque parezca automático. Piensa en si tú solo puedes cambiarlo o si necesitas que un profesional se adentre contigo en esto y te ayude a encontrar otro hábito más saludable.

4. Reflexiona sobre qué es lo que lo está causando

Es importante tener conciencia de que estás viviendo hambre emocional y, sobre todo, que hagas una reflexión de qué es lo que lo está causando. Un trocito de chocolate es como un paracetamol: te quita el síntoma, pero no el problema.

5. Pon atención en el feedback externo

Si alguien aborda el tema o te dice algo sobre ello, no lo eches en el saco roto: piénsalo, puede tener razón.

6. Come algo que calme en dosis pequeñas

Si no puedes realizar estas actividades “nutritivas” alternativas que lo compensen, come algo que te calme, pero hazlo en dosis pequeñas: una pequeña cantidad ya te va a ayudar a saciar esta necesidad emocional.

Debemos señalar, por tanto, que no recurrimos equivocadamente a la comida cuando estamos tristes. Lo estamos haciendo bien: no hay nada equívoco ni anormal. Si estoy triste, tengo un remedio pequeño, puntual y fácil, que es comer. El problema reside en convertir la comida emocional en un hábito. No se trata, por tanto, de sentirnos tremendamente culpables por haber recurrido, de vez en cuando, a la comida emocional. De hecho, es lo normal: es que resulta que la tenemos.

Por Noelia Marín Pérez

@noeliamrin

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