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Una carta de despedida es dolorosa de escribir pero muchas veces es el mejor remedio para decir un adiós verdadero.

Hola Papá.

Sé que es una tontería escribir esto porque nunca voy a poder dártelo, pero es la única forma que se me ocurre de decir las cosas y, sobre todo, la única forma de sentirme mejor.

Quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí. Cuando me enseñaste a montar en bici, a atarme los cordones, a leer, cuando me ayudabas a estudiar… Qué mal se me daban las mates eh, menos mal que te tenía… Quiero agradecerte también que estuvieras en todos esos momentos importantes en mi vida. Mi comunión, mis cumpleaños, el día de mi graduación… ¿Te acuerdas cuando al abuelo se le calló toda la tarta de mi 18 cumpleaños encima? Jajaja Pobrecillo. Fue lo mejor de aquel día, cómo nos reímos. De verdad, gracias por todo.

Gracias por haber sido capaz de darme siempre la fuerza suficiente para superar todos mis miedos, para afrontar todas las situaciones difíciles, para no caerme nunca. Sin ti no sería la que soy hoy en día. Y gracias también por hacer lo mismo con Mamá y con Marina. Ellas lo están llevando peor, pero sé que sabrán levantarse como tú les has enseñado.

Gracias por mantenernos a las tres siempre juntas. Somos muy orgullosas, en eso hemos salido a Mamá. Pero ahí estabas tú siempre para relajarnos y hacer que todo pareciese una tontería, como con todo. No sé cómo lo hacías pero todo parecía fácil a tu lado. TODO. Daba igual lo que fuera, ya podía caerse el mundo que tú nos mirabas, sonreías y decías: “¿y te vas a quedar ahí lamentándote?”. Y nos ayudabas a levantarnos y a seguir adelante siempre. Recordaré esa frase siempre, créeme.

Esa frase ha sido tu filosofía de vida hasta el último momento, por eso has sabido llevar las cosas siempre de la mejor manera, hasta lo de tu cáncer. Nunca olvidaré el día en que nos dijiste a las tres que tenías cáncer y que tu vida se terminaba. Recuerdo que nos contaste la noticia y no nos lo creíamos. Nos pusimos a llorar como tres niñas pequeñas. Y tú y tu dichosa frase: “¿y nos vamos a quedar aquí lamentándonos?”

“¡¡¡Vamos a ver Papá. Tienes 52 años, te diagnostican un cáncer de pulmón muy avanzado y no te dan más de 1 año de vida. Y tú coges y vas como si nada, sonriéndole a las cosas como si no pasara nada!!! ¡¡¿¿Estamos locos??!!”

Eso pensaba yo: “está loco”. Y ahora que ha pasado todo pienso: gracias a Papá, que le sonreíste al problema. Gracias Papá, que supiste llevarlo de esa forma. Gracias Papá por hacer que todo fuera tan fácil viviendo una de las peores cosas que pueden pasar. Gracias Papá, por dejar que disfrutáramos de ti hasta el último momento. Gracias Papá por darme la mejor lección que un padre puede dar.

No hace ni un mes que estábamos hablando en el hospital sobre todo esto. Yo te dije: “Papá, ¿cómo has podido llevar todo este asunto de esta forma, como si no pasara nada?” Y entonces tú me sonreíste, como siempre, y me dijiste algo que nunca olvidaré: “Si te soy sincero Laura, no ha habido un solo momento en el que no haya tenido miedo, en el que no haya tenido ganas de llorar y en el que no me hayan entrado ganas de meterme en la cama y esperar que todo pasara. Pero ¿de qué me habría servido? De nada. Preferí vivir lo que me quedaba. Vivir. Suena fácil cuando piensas que te queda toda una vida por delante, pero no lo es tanto cuando las cosas se tuercen. Pero estabais vosotras, las tres mujeres de mi vida. Vosotras me habéis dado todas esas ganas de vivir. Decidí ser feliz el tiempo que estuviera aquí y disfrutar de vosotras cada día. Me prometí a mí mismo no ver ni una sola lágrima y ni un solo gesto de tristeza o miedo en vosotras y no me ha ido mal ¿no?”. En ese momento sentí que tenía el mejor padre del mundo y me abracé a él. No sé cuánto tiempo estuvimos abrazados, pero diría que pasaron más de 10 minutos. Y ojalá hubiera pasado mucho más tiempo, pero entonces llegaron Mamá y Marina. “Pero bueno… ¿cómo están mis chicas guapas? Qué alegría veros a las tres juntas.” Recuerdo ver, detrás de tu cara de fatiga al hablar esa sonrisa de: “confía en mí, sé lo que hago”. Sabías lo que hacías y lo hacías muy bien.

Ahora ya no estás y sigo sin creérmelo. Tenías 52 años, no es justo… Pero sé que sigues con nosotras y eso no me lo va a quitar nadie. Seguirás vivo siempre porque nosotras te vamos a recordar siempre. Y a mí nunca se me va a olvidar aquella frase que ahora, con 27 años, la tengo como filosofía de vida yo también: ¿TE VAS A QUEDAR AHÍ LAMENTANDOTE? Gracias Papá, gracias por haber disfrutado de nosotras y de la vida y haber hecho que nosotras disfrutemos a tu lado, hasta el último segundo. Gracias por ser tú siempre.

 Te quiere y siempre te querrá. Tu hija Laura.

En ese momento, Laura cogió una cerilla y quemó el folio sobre el que estaba escribiendo, sabiendo que esa carta de despedida ya había llegado a su destinatario. Estuvo 5 minutos en silencio con la mirada perdida y después se levantó, no se iba a quedar ahí lamentándose…

 

Por Alfonso Leán Marín (alumno en prácticas UPAD)

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