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Alemania – Argentina: Razón 1, Corazón 0

Era la Final del Mundial de Brasil 2014. Nuestros últimos minutos como campeones del mundo. El destino había querido que fuera Alemania, aquella selección con la que empezó todo con aquel gol de Torres la que intentara arrebatarnos el trono como mejor equipo del planeta fútbol. Alemania, que venía de meterse en los libros de historia eliminando al anfitrión y máximo palmarés de la competición endosándole la mayor goleada de la historia de los mundiales, con todo el entorno alabando su juego y a sus jugadores.

En frente estaba Argentina que, con un juego más dudoso y ramplón, se plantaba ante la posibilidad de hurgar en la herida de su máximo rival histórico ganándole, en su estadio emblema, el Mundial. El Mundial de Maracaná. La tercera estrella. El mundial que, ahora sí que sí, encumbraría a Messi como el mejor jugador de todos los tiempos.

Los teutones lo tenían todo para verse campeones, enfrentándose a un equipo inferior sobre el papel (y sobre el terreno de juego) y viniendo de donde venían. Los argentinos lo tenían todo para presentarse cautos, más desgastados físicamente y más sufridores a la hora de superar las eliminatorias. Sin embargo, los papeles parecían intercambiados en las horas previas a la finalísima, cumpliéndose esta vez los estereotipos culturales. Los fríos alemanes contra los latinos ardientes. Razón contra corazón. La gran pregunta es, ¿a quién benefició este escenario mental?

Las emociones pueden llevarnos a superar los límites de nuestras capacidades. Pueden marcar la diferencia entre dos titanes cuando la lucha está igualada en los demás aspectos, haciéndonos creer más en nosotros mismos, lo que nos lleva a meter ese pie donde parece imposible llegar o a correr esos metros que parece que no tenemos. En resumen, nos lleva a intentarlo e intentarlo hasta conseguirlo. Sin embargo, las mismas emociones son un arma de doble filo, ya que pueden aumentar nuestra activación superando nuestros niveles óptimos, y llevándonos a sufrir ansiedad, lo que altera nuestras percepciones sensoriales, nuestro tono muscular… en definitiva, nos hace fallar más. Puede ser que ahí se explique cómo delanteros de primerísimo nivel mundial como Higuaín, Palacios o Messi errasen ocasiones que, quizás en los entrenamientos (sin ir más lejos), no perdonarían.

Por otra parte, el fallo termina por afectar, esta vez negativamente, a nuestra autoeficacia personal  y a intentar cosas nuevas que no tienen por qué salirnos bien, con tal de evitar esa técnica que tengo tan bien estudiada pero que hace unos minutos me ha costado fallar un gol, un pase, etc.

En el otro lado estaba Alemania, haciendo su juego de siempre, aunque este le estuviera costando chocarse una y otra vez contra los defensas rivales y les llevándoles a sufrir más de una contra cardiaca. Inalterables máquinas, operaban y ejecutaban con una frialdad que se hizo patente en la celebración del título (¿los argentinos lo hubieran festejado de la misma forma?)

Con todo, esta pasión, estas emociones fueron las que dejaron a Argentina a centímetros de superar a los tan superiores (técnica, táctica y físicamente) y metódicos alemanes a dejarles sin un mundial que, de no haberlo ganado anoche no sabemos cuándo lo iban a ganar. Qué habría pasado de haber entrenado Argentina a sus jugadores en la adecuada gestión de sus emociones es algo que nunca sabremos. De momento, el juego frío y calculador germano se impuso a los arrebatos de furia argentina y, por ello, damos la enhorabuena a Alemania, dignos sucesores de, hasta hace unas horas, nuestra corona mundialista y, cómo no, a nuestros amigos argentinos por llegar tan lejos y dejarse la piel hasta el último minuto.

¡Nos vemos en Rusia!

Por Jaime Marcos

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