¡BOOM! Supongamos que estamos inmersos en pleno Paleolítico. Jóvenes neandertales elaboran herramientas para poder cazar reunidos en una cueva, ocultos de los peligros que acechan en la noche. Al día siguiente se disponen a cazar, y una vez visualizada a la presa, algunos de ellos hacen ruidos para asustarla mientras otros la esperan para acorralarla y poder cazarla. Hablamos de cooperación para, en este caso, cazar.
De esto hace millones de años, donde el ser humano como lo conocemos hoy en día no existía, pero aun así, gracias al trabajo organizado (cooperación) de los diferentes miembros, el clan pudo cazar y alimentar al resto.
Años más tarde, en la actualidad, nos encontramos en un campo de futbol, donde 11 niños de la cantera de un equipo de barrio trabajan juntos para lograr los objetivos planteados en la temporada.
Son dos casos muy diferentes pero con algo en común: LA COOPERACION.
Una visión amplia de la evolución del ser humano nos muestra la importancia de la cooperación para la supervivencia y de su estrecha relación con la competitividad. Por un lado la cooperación tiende a relacionar con la creación de climas que facilitan el desarrollo y el aprendizaje mientras que la competitividad está más relacionada con la ambición y la victoria sobre el prójimo, llegando a generar en muchos casos estrés psicológico. Este estrés, si no está bien gestionado, puede desencadenar conductas agresivas como podemos apreciar últimamente en las noticias, donde jugadores se agreden entre ellos o padres de los mismos se unen a la disputa, ¡sin contar con los árbitros!
Cooperamos con los que nos sentimos igual, con aquellos que consideramos que pertenecen a nuestro equipo y a la misma vez luchamos contra otros, que paradójicamente, y en la mayoría de los casos, son nuestros iguales. Personas con las que tomamos un café, jugamos en el parque o incluso compartimos otros ocios se convierten en nuestros “enemigos” por el simple hecho de pertenecer a otro equipo.
Esta delgada línea que separa la cooperación de la competición se debe a que el ser humano es un ser social, que vive en sociedad, y que pertenece a diferentes grupos en diferentes contextos lo que desencadena situaciones que nos unen y nos enfrentan a la misma vez.
La importancia de la cooperación en los deportes de base es fundamental para fortalecer y potenciar valores como el compañerismo, el trabajo en equipo o la empatía, pero en algunas ocasiones nos saltamos esa fase o la combinamos de una manera minoritaria con la competición.
Pongamos otro ejemplo para entenderlo mejor: un entrenador de un equipo de futbol base que ve desde el banquillo como un jugador del otro equipo cae al suelo tras una jugada. Las indicaciones que da a sus jugadores son de continuar, de no parar en ningún caso salvo que el árbitro lo indique y aprovechar la ventaja que supone un jugador menos.
Cuando hablamos de futbol base hablamos de una etapa de aprendizaje, donde los chavales desarrollan sus capacidades y adquieren los valores que el deporte les proporciona.
En este ejemplo estaríamos contemplando las dos caras de la moneda: cooperación del equipo, la comunicación entre ellos y la unión para lograr meter gol y la competitividad «insana» de no ayudar al prójimo y aprovechar la situación.
En este caso en concreto se podría pensar: «¡es por culpa del entrenador!» él es el que está dando las órdenes, y en cierto modo es real, pero lo que también tenemos que tener en cuenta es que estos jóvenes que hoy escuchan a su entrenador, mañana seguirán su ejemplo.
Es muy típico decir que los niños son esponjas, que son más listos que el hambre o que saben más que el lepe, pero detrás de toda esa sabiduría están los modelos a imitar: padres y madres que desde las gradas o en casa incitan a la competitividad desorbitada, entrenadores, referentes televisivos…
El desarrollo evolutivo de los chavales requiere una serie de etapas que no se deben invertir, por ello es importante tener una buena base de cooperación para que la competición que aparezca posteriormente suponga un paso más en su aprendizaje y contribuya a la formación integral de la persona que llegará a ser y que por el contrario no suponga un impedimento a la hora de asimilar valores tan importantes como los que nos puede aportar el deporte.
Como referentes educativos de los jóvenes, está en nuestras manos guiarles en ese camino evitando situaciones en las que un exceso de competición se superponga al principio básico de cooperación.
Por Ana Silva, colaboradora de la UPAD.