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Los miedos son buenos si sabemos afrontarlos.

Los miedos son buenos si sabemos afrontarlos, y si encontramos la manera de convertirlos en retos.

Un par de semanas atrás Carolina me dijo que se iba a ir de España. Así es, mi mejor amiga se iba de España. Le habían ofrecido un trabajo en Estados Unidos que no podía rechazar y por el cual lleva años estudiando y trabajando muy duro. Debería estar contento, y creedme si os digo que lo estoy. Pero a la vez estoy muy triste… mucho. Os preguntaréis por qué y esta es mi respuesta: estoy enamorado de ella. Así de simple.

Carol ha sido la única persona capaz de hacerme reír cuando estaba realmente hundido, la única que sabía cómo hablarme en cada momento, la única que con una simple mirada me hacía olvidar todo a mi alrededor. Ella era y sigue siendo eso… la única. Seguro que habéis sentido eso alguna vez en vuestra vida y si no es así, ojalá algún día podáis sentirlo. Llevo más de cinco años así y siempre he esperado que ella estuviera igual conmigo, pero Carol es de esas personas que están tan centradas en sus estudios que no se dan cuenta de lo que les pasa alrededor, ni mucho menos son capaces de poner algo por encima de su propia carrera. Cinco años así y hoy es el día. Hoy se va.

Su avión sale a las 12:20 del aeropuerto de Barajas, donde estoy justo en este momento. No os lo voy a negar, tengo ganas de llorar. Sí, soy de esos que lloran cuando tienen problemas y de los que se asustan cuando no tienen nadie cerca que le ayude a resolverlos. Podríamos decir que soy un cagado, un miedica… llamadlo como queráis.

La voy a ver en cinco minutos y no sé cuándo la voy a volver ver. No quiero que Carol se vaya y dejar de verla. ¿Y si allí le va genial y se queda a vivir para siempre? ¿Y si se olvida de mí? ¿Y si no la vuelvo a ver más? Espera un momento Alfonso… ¿y si le cuentas todo? Podrías decirle lo que sientes por ella, decirla que la quieres y que quieres estar con ella. Sí, podrías hacerlo… Es más, lo vas a hacer. Vas a llegar y se lo vas a decir. “Carol, te quiero”, es sencillo, son tres palabras. Sí, lo voy a hacer, lo tengo claro.

10 de la mañana y allí está Carol. Tengo 20 minutos para decírselo, ya que tiene que entrar dos horas antes para hacer todo ese rollo de cosas que hay que hacer en los aeropuertos. Alfon relájate, va a salir bien. No os voy a negar que tenga un poco de miedo. Miedo a que me diga que no, miedo a que no me quiera, miedo a que no sepa decírselo bien… Miedo, mucho miedo.

  • Ho…hola Carol… (Joder Alfon, empiezas bien…)
  • Hey Alfon, ¿Qué tal? ¿Qué guapo me vienes hoy no? (Y ella ayudando…)
  • Si bueno, no quería que te fueras viéndome hecho un desastre.
  • Jajaja no iba a ser así, créeme.

¿Qué hago? ¿Se lo digo ya o espero al final? Ya estamos con las dudas… No me lo creo, ya estoy sudando. Y lo va a notar, lo va a notar fijo. Controla tío, controla.

  • Carol, te tengo que contar una cosa ¿nos sentamos?
  • Sí claro… Dime

Es el momento, díselo y te quedas tranquilo. Sigo sudando ¿verdad? El corazón me va a mil pulsaciones por minuto. Tengo la boca muy seca y no me sale ni la voz. ¿Cómo le digo yo ahora a Carol que la quiero? No puedo, estoy muy bloqueado. Va a ser mejor que no se lo diga. Si no soy capaz ni de mirarla a los ojos….

  • Alfon… ¿Pasa algo malo? (Buah, no se lo digas)
  • Nada, que muchas gracias por todo y que espero que te vaya todo genial. De verdad. (Ha sido decir eso y quedarme muchísimo más tranquilo. Me he relajado bastante. De acuerdo, soy un cagado, pero no he hecho el ridículo. Me gustaría verte a ti, que lo estás leyendo, en mi situación.)

Al final de la conversación nos damos un par de besos y nos despedimos con el mejor abrazo que me han dado en la vida. Todos habéis tenido uno de esos y sabéis de lo que hablo. Mil recuerdos y mil historias cerradas en ese abrazo. “Te quiero Carol, pero no sé cómo decírtelo, soy incapaz”. Ella pasa la alarma y se va. Yo doy media vuelta y avanzo a la salida.

¡¿Se puede saber qué narices haces?! Acabas de perder toda posibilidad con ella. La persona a la que quieres se va al otro lado del mundo y tú no haces nada. No hay vuelta atrás, la has perdido. Ya noto la humedad en los ojos y el puño en el pecho y tengo la sensación de que me van a durar un buen rato. No puede ser… la he perdido. ¿Y si me doy la vuelta y se lo digo? Es mi última oportunidad. Vamos Alfon tío. Corre a por ella. Sigue corriendo o la pierdes. ¿Dónde está? Allí, mírala, es ella. Pero no puedo pasar hasta allí. Vale pues salta y corres. ¡Ahora! 20 metros, 10 metros, 5, 4, 3, 2, 1… Toco su hombro, se da la vuelta y… ¡Carol, te quiero!… El final de la historia os lo dejo a vosotros.

Da igual cual sea este final que estaremos todos de acuerdo en que nuestro protagonista nunca se va a arrepentir de haberse dado la vuelta y haber salido corriendo para superar su miedo. Los miedos son buenos siempre y cuando uno sea capaz de mirarse a sí mismo y creer que puede superarlos. Se trata simplemente de creer en uno mismo y dar el paso. Al principio nos va a costar, está claro. Pero una vez que lo demos, nunca (jamás) nos  vamos a arrepentir de haber dado ese paso y habernos superado a nosotros mismos. Estoy completamente seguro. Así que si tenéis algunos miedos, pensad en mi historia y creed que  podéis, porque es lo único que hará que os superéis. Si no me creéis, probadlo.

Entonces, ¿los miedos son buenos?

 

Por Alfonso Leán.

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