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Terapias de tercera generación en esquizofrénicos

Con la aparición de neurolépticos de segunda generación en los años 90 surge un optimismo respecto al pronóstico de los trastornos esquizofrénicos, ya que consiguen disminuir los efectos secundarios y se consiguen ciertas ventajas en el nivel de eficacia. Pero estas mejorías no se debían solo al tratamiento médico sino al apoyo de intervenciones psicológicas cognitivo-conductuales, sobre todo en la fase inicial de los primeros brotes psicóticos. Esto se debía a la intervención temprana sobre los pacientes previniendo episodios posteriores y recaídas. Este tipo de terapia hacía énfasis en las creencias delirantes, las autovaloraciones negativas sobre el autoconcepto, sin embargo, el afrontamiento de la persona surge de un pilar importantísimo como lo es la gestión emocional y la motivación. Es aquí donde se les da gran importancia a las terapias de tercera generación: terapia contextual, aceptación y compromiso o humanismo entre otras.

Terapias de tercera generación: aceptación y compromiso

Estas necesidades emocionales no se tienen en cuenta en los tratamientos de la terapia cognitivo-conductual, es decir, no se tiene en cuenta la vivencia del momento. Según Rogers y su terapia centrada en la persona se enfatiza la capacidad para vivir de forma plena y consciente todos los acontecimientos vitales, la actitud de conocerse y valorarse de tal forma que lleguemos a aceptarnos tanto a uno mismo como a los demás. Es importante poner en marcha mecanismos de aceptación ya que suponen el cambio del proceso terapéutico, pero es en este trastorno mental donde más difícil es actuar puesto que los brotes psicóticos descolocan las áreas de funcionamiento global de la persona y se hace difícil encontrar motivaciones para el cambio.

De este modo se pretende identificar los valores intrínsecos de la persona que estimulan el cambio, facilitar la expresión verbal de la ambivalencia, utilizar habilidades que den lugar a esta ambivalencia, clarificarla y resolverla, siempre desde la aceptación incondicional, y así pretender la libre elección y la autonomía del paciente en relación con su problema. Por lo tanto se le dan las herramientas necesarias al paciente para que este experimente, gestione y dirija su proceso de recuperación y adaptación consiguiendo así que él mismo ponga en marcha comportamientos y actitudes en base a sus propias creencias. A su vez la terapia de aceptación y compromiso tiene otros objetivos, se pretende cambiar la relación hacia las experiencias estresantes mediante el mindfulness, en vez de luchar contra los síntomas como suele ser habitual. Junto a esta herramienta se centran también en el contexto biográfico de la persona y así entender la sintomatología y poder llevar a cabo una terapia centrada en la recuperación del sentido del yo y de la vida.

Evidentemente cada persona es un “mundo” y lo que funciona para unos puede no ser útil para otros, por lo que recae en manos, tanto del terapeuta como del cliente, darse cuenta de esto y buscar la mejor forma de atajar el problema, sin olvidarnos nunca de las necesidades médicas del trastorno.

Por Pablo Pont Loriente

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