Ser objeto de risas, chistes, el centro de atención… No suena mal, si estuviésemos hablando sobre el mundo de la comedia, pero no estoy haciendo referencia a ningún actor o humorista popular, sino a alguien más cercano a mí…, yo misma. Y en esta realidad, el bullying, no te gusta ser el que hace reír. Como decía, ser objeto de risas, chistes, el centro de atención, de las burlas, vivir cada día bajo una humillación constante, en una edad en la que estás construyendo tu autoestima, la adolescencia, es algo que no deseo a nadie y, sin embargo, son muchos los casos que pasan por la misma situación o incluso peor.
El bullying o acoso escolar, según Javier Martín Babarro (profesor de Psicología de la Universidad Complutense), es una situación en la que “los miembros de un grupo utilizan a uno de ellos a modo de cabeza de turco y lo maltratan”. Este maltrato, se da en las aulas con mayor frecuencia de la que debería y es tanto físico como psicológico, pudiendo implicar una mezcla de ambos. Además, reporta beneficios al grupo, llamémosle “acosador”, aumentando su cohesión y sirviendo de entretenimiento. Pero dejemos la teoría aquí. Hoy hablo desde dentro, desde mi vivencia personal, con el fin de que pueda servir de ayuda o de ejemplo para alguien.
Mi “grupo acosador” estaba formado por un “líder o cabecilla”, un “co-líder” y un grupo de “secuaces”. El primero, el cerebro de la operación, siempre apoyado por su segundo al mando y reforzado por los últimos, dispuestos a ser los primeros en alabar sus tropelías. Hasta aquí, solo supone un grupo de cinco o seis adolescentes con una deprimente actitud. El momento crítico llega cuando el grupo aumenta a 20 personas, todos alumnos que, a pesar de no entrar en los ataques directos, ríen las gracias, apoyan los gestos o guardan silencio. He aquí la situación ideal para que se cimente el acoso: se difumina la responsabilidad entre 20 indolentes espectadores, pues no solo te daña quien te imita y te ridiculiza, el dolor mayor proviene del silencio de quien, mientras ve como tú estás sufriendo y conteniendo las lágrimas, no es capaz de apiadarse de ti y pedir un alto el fuego. Probablemente, por miedo a que se le relacione contigo (“debe ser horrible eso de parecerse a ti”).
Pasé un curso entero en ese instituto, convertida en la protagonista de aquel circo de la clase con unos despiadados presentadores. Pero, sobre todo, porque yo acepté ser la estrella. Se lo permití, no fui capaz de frenar esa situación, solo pensaba en abandonar y tuvieron que frenarla por mí, ya que yo no supe encontrar los recursos y lo asumí como imposible.
Después de todos estos años sufriendo bullying, considero que he aprendido muchísimo de aquello. Las secuelas y cicatrices perduran, pero las heridas están curadas. Solo me arrepiento de una cosa…, de no haberme enfrentado a él. Nada le diferenciaba de mí…, tenía mi edad…, vivía cerca de mi casa…, iba a mi misma clase. Yo le permití que me convirtiese en víctima y ese, en definitiva, fue mi mayor pecado en esta historia.
Soluciones al bullying: afrontamiento
Por todo ello me gustaría, desde mi capacidad de autocrítica, plantear una propuesta de afrontamiento que pueda servirle de ejemplo a otros. Una manera de paliar esta situación, complementaria a las que se adoptan hoy en día.
El poder del “líder acosador” se fundamenta en tres pilares: sus “seguidores o grupo”, la “audiencia” (todos aquellos que, sin pertenecer al grupo acosador, permiten la situación de forma activa o pasiva) y la “víctima”. Me interesan los dos últimos:
- Empoderar a la víctima: cuanto más asuma yo mi papel de víctima, más me convertiré en una. Actuaré y me sentiré como tal y le facilitaré más el trabajo al acosador. Aprender a decir NO, a valorarse por encima de la opinión de ese grupo y a plantarle cara. Enviarle el mensaje de que tú no vas a ser la diana de sus dardos, que no tiene el poder de hacerte sentir inferior. Cuando haces eso, uno de los pilares empieza a tambalearse, puesto que, si mi objeto de humillación se rebela o no se siente humillado, qué sentido o gracia puede tener.
- Concienciar a la audiencia: el dolor que genera que la gente vea cómo te maltratan y no haga nada al respecto, es una fuente de energía fundamental para el acosador. Hay que concienciarles sobre la capacidad enorme que poseen para frenar este tipo de abusos. No se basa en no querer parecerse al “bicho raro”, sino que, al reír, al callar, al no actuar, me identifico con el acosador, soy su cómplice. Y que te relacionen con eso, sí que resulta algo negativo. A menor cantidad de audiencia, menor será la fuerza del acosador. El segundo pilar también se tambalea.
En definitiva, cuando construimos algo, sentamos unas bases, establecemos unos pilares y a partir de ahí, elaboramos el resto. Si mis bases son inestables, no puedo edificar con seguridad y garantías puesto que, cuanto más construya, mayor será la probabilidad de que se me caiga encima. Toda conducta de acoso o bullying se construye de la misma forma, se sientan unas bases en las que se sustentan todas las acciones posteriores. Sin nada en lo que asentarme, mis acciones tienen todas las de fracasar.
Creo que hay muchas oportunidades de concienciación con los observadores pasivos, pero sobre todo, las “víctimas” pueden desarrollar respuestas para no perpetuarse en la mencionada condición. Eso sí depende de ella. Y desde ahí, podemos ayudarle mucho más que reforzando su percepción de víctima.
Por Marta Bueno Bonilla, estudiante en prácticas de la UCM