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Psicología Positiva: un futuro desde el optimismo

La Psicología Positiva, como el resto de terapias de tercera generación, nace con la intención de dar respuesta a algunas cuestiones que, hasta ahora, otras terapias no habían abordado con la importancia que los últimos estudios demuestran que tienen.

Durante muchos años la psicología se ha centrado en el estudio de la patología y la debilidad del ser humano. Las terapias de tercera generación asumen que el sufrimiento forma parte de la vida humana y que una persona sana puede y, de hecho, experimenta emociones y pensamientos negativos, ansiedad, conflictos, preocupaciones, etc. La focalización exclusiva en lo negativo que ha dominado la psicología durante tanto tiempo, ha llevado a asumir un modelo de la existencia humana que ha olvidado e incluso negado las características positivas del ser humano y ha contribuido a adoptar una visión pesimista de la naturaleza humana (Seligman y Csikszentmihalyi, 2000)

En este sentido, entendemos la Psicología Positiva como un área encargada del estudio científico de las variables que conforman el bienestar (optimismo, gratitud, humor, emociones positivas, energía, fortalezas, etc.).  En definitiva, podría definirse como el estudio científico de aquello que hace que nuestra vida valga la pena, pero sin olvidar nuestros problemas personales.

Un elemento central de la psicología positiva es el optimismo, concebido por algunos autores como un «imperativo moral», una necesidad de cambio en la educación y la forma de vida para poder formar parte de un mundo y un futuro mejores. Hablamos por tanto de una forma de concebir la vida, que nos prepara para los retos que se nos plantean y nos mantiene esperanzados, algo imprescindible para nuestro día a día.

En este sentido, adoptar una postura optimista a la hora de afrontar situaciones complicadas en nuestra vida nos hace más capaces y nos motiva para realizar los cambios en nosotros que contribuyen a cambiar el mundo. Si somos optimistas, tendremos una mayor predisposición a sentir emociones positivas en nuestra vida, por lo tanto tenderemos a intentar mantener esas sensaciones a través de buenos hábitos, lo que repercutirá directamente en nuestra salud y bienestar, y de esta manera en nuestra felicidad. Siempre hay dos opciones a la hora de valorar los tiempos de crisis: podemos pensar que, efectivamente, el mundo es un lugar en el que pasan cosas terribles o, en cambio, considerar las piedras que se nos presentan en el camino como nuevas oportunidades para crecer y aprender.

Liga de optimistas pragmáticos

A este respecto resultan muy interesantes los principios que recoge Mark Stevenson en la «Liga de optimistas pragmáticos» y que permiten entender cómo algunas personas consiguen hacer cosas buenas en un mundo difícil en constante cambio:

  1. Hay que estar preparados para soñar con el futuro.
  2. Todas las personas que hacen cosas buenas están comprometidas con un proyecto superior (hijos, religión, ciencia, etc.).
  3. Hay que abrirse a los hechos objetivos.
  4. Las ideas deben compartirse, no protegerse. Cuando las ideas se comparten, se confiere poder a las personas.
  5. No pasa nada si te equivocas: lo irresponsable es no intentarlo.
  6. Somos lo que hacemos y no lo que tenemos intención de hacer. Todos tenemos una idea de quiénes podemos ser.
  7. Somos lo que hacemos y lo que sentimos, no lo que imaginamos.
  8. Cuando te embarcas en un proyecto grande, debes plantearlo como un torneo muy largo.

Si nos basamos en estos principios y en las ideas que recogen las teorías sobre el optimismo, cabe pensar (también bajo una visión optimista) que nuestros hijos vivirán mejor que nosotros si empezamos a educar y a vivir de forma distinta. Quizás sea necesario cambiar el discurso con respecto a lo malo que es el mundo, y mantener una visión más esperanzada que poner en marcha tanto en la educación en casa como en las aulas.

Por Laura Carrillo

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