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Liverpool y el «efecto dominó»

El Liverpool, un histórico club de fútbol inglés, parecía que esta temporada 2019/20 iba encaminado a tener una de las mejores temporadas de su historia. Son los vigentes campeones de la UEFA Champions League, competición en la que hasta hace unas semanas sólo habían concedido una derrota. Llevaban 42 jornadas consecutivas sin perder en la Premier League, con una amplia ventaja sobre el segundo clasificado (el Manchester City) y a muy pocos partidos de acabar la temporada invictos, un récord histórico que hasta ahora sólo habían logrado conseguir dos equipos (el Arsenal de “los invencibles” de la temporada 2003/04 y el Preston North End en la primera liga inglesa de 1880). Su entrenador, sus jugadores y los fans parecían muy seguros de que esta temporada no se les iba a escapar nada de las manos (recordemos que el Liverpool nunca ha ganado la liga inglesa desde que tiene el nombre de “Premier League”, y que hace unos años, en el 2014, el equipo perdió la liga en la antepenúltima jornada).

El Atletico de Madrid puso fin al sueño de los «invencibles» del Liverpool

Sin embargo, en apenas una semana, el enorme globo que se había hinchado poco a poco con sus buenos resultados y sus ilusiones se ha desinflado de repente. El pasado martes 18 de febrero el conjunto inglés se enfrentó en la jornada de ida de los octavos de la Champions al Atlético de Madrid. Fue un partido igualado, en el que el conjunto español se acabó imponiendo por un gol a cero al equipo inglés. Podría haber sido una derrota cualquiera, casi anecdótica, dentro de la temporada estelar del Liverpool. Pero los resultados posteriores del Liverpool dicen lo contrario. Apenas 11 días después, el equipo inglés perdió su primer partido de la Premier League de la temporada ante el Watford por 3 a 0. Ahí se acabó el sueño de acabar la temporada “invencibles”. Tres días después fueron eliminados de la FA Cup a manos del Chelsea, y una semana después cayeron eliminados definitivamente de la Champions en un partido de lo más emocionante frente al conjunto rojiblanco. Aquella primera derrota en Madrid, tan insignificante e inocente de primeras, parece que fue la primera pieza de dominó que acabó por tumbar el resto de piezas.

No nos vamos a centrar en analizar el porqué de las derrotas, pues seguro que hay más de 10 razones distintas por las que el Liverpool perdió todos esos partidos (jugadores lesionados, fallos técnicos y tácticos, posible bajo rendimiento, etc.); y no olvidemos que “el rival también juega”. Por muy bien que hagamos nuestro trabajo, el equipo rival simplemente puede hacer un trabajo que sea mejor que el nuestro, y ante eso sólo queda agachar la cabeza, asumir la derrota y darle la mano por su brillante actuación. No obstante, sí que podemos ver un claro factor psicológico en todo esto que ha podido influir en los resultados del equipo desde aquella derrota en Champions ante el Atlético de Madrid. El Liverpool, como hemos dicho antes, estaba pletórico.

En todos lados se hablaba de la brillante temporada que estaban teniendo, y ya los comparaban con uno de los mejores equipos que ha habido en la historia del fútbol inglés (el Arsenal de los “invencibles”). En ese estado de “embriaguez” emocional, donde todo a tu alrededor te recuerda que eres el mejor, que eres intocable y que no hay nada que te pueda parar; nuestro ego se hincha como un globo y nuestra autoestima se convierte en la más sofisticada y perfecta pieza de artesanía. De repente, el Liverpool pasó de competir como un equipo cualquiera por la liga y por la Champions (dos de los trofeos más deseados por cualquier equipo de fútbol) a tratar de demostrar que eran el mejor equipo inglés de todos los tiempos, y el mejor equipo de todo un continente en el que el fútbol es el deporte rey. Sus objetivos se habían sobredimensionado (no por ellos, sino por la prensa y la afición), y los jugadores se vieron obligados a (y capaces de) conseguir lo que ahora, más que un objetivo, parecía su destino.

¿Y ahora qué?

Ahora, el equipo inglés tenía mucho que ganar, pero también mucho, muchísimo que perder; y en esas condiciones cualquier equipo te puede hacer mucho daño. Cualquier partido se convierte en un “David contra Goliat”, recordando a la famosa escena de la película “300”, cuando los espartanos se enfrentan a “los inmortales” del ejército del rey Jerjes. En el partido de ida de los octavos de la Champions parece que los jugadores del Atleti también “quisieron poner a prueba su nombre”, igual que hizo Leónidas con sus 300, y en 90 minutos el equipo del Cholo Simeone hizo las primeras grietas a la pieza de arte inglés. El Watford y el Chelsea asestaron los siguientes golpes, aumentando y ensanchando las grietas de aquel precioso jarrón que representaba los sueños del equipo de inglés; y el pasado 11 de marzo el Atleti terminó de romper la preciosa pieza de artesanía.

Cuando estás tan confiado, cualquier golpe a nuestro ego y autoestima es demoledor; y en el deporte de competición no suele haber tiempo suficiente para recuperarse de algo así. Un gol en contra, una caída inoportuna, una décima de segundo que llegues tarde, una curva que cojas mal… cualquiera de estas cosas, si no estás preparado, puede ser determinante para que una simple derrota suponga echar a perder una temporada o una competición por completo. Como psicólogos deportivos debemos ser conscientes de que, cuando todo va bien, tenemos que preparar a nuestros deportistas para los “baches” que puedan sufrir. Así, cuando las cosas se tuerzan (que se torcerán), su capacidad de reacción será mucho mayor y un simple tropiezo no se convertirá en una caída.

Por Jorge Núñez

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