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El amor y las relaciones líquidas

El amor se define como el intercambio de reforzadores entre dos o más personas a través de diversas interacciones con el contexto que los rodea.

De forma simple, asumimos que cuanto más reforzador (momentos en los que se experimenta un estado emocional placentero) compartan los miembros de la pareja, mayor probabilidad habrá de que uno de la pareja asocie al otro como alguien con la posibilidad de generar “placer emocional”.

Estudios psicológicos sobre el amor

Gracias a los estudios de Helen Fisher, antropóloga, bióloga e investigadora del comportamiento humano, se abandonó la idea del amor con emoción y se dio más peso a la idea de que el amor es una motivación y un impulso ya que, gracias a los resultados de sus investigaciones, se observó una mayor activación en el cerebro de las áreas relacionadas con la motivación. Según un estudio dirigido por Stephanie Ortigue, de la Universidad de Syracuse (Nueva York), se activan 12 áreas del cerebro que trabajan de manera conjunta y se liberan sustancias químicas, como son la dopamina, la oxitocina, la noradrenalina o la serotonina.

El proceso de enamoramiento es, por tanto, un proceso similar al consumo de drogas, ya que activan diferentes procesos bioquímicos que modifican nuestros pensamientos y dan lugar a respuestas fisiológicas intensas, produciendo gran sensación de euforia.

Teoría triangular del amor de Sternberg

Gracias a la teoría triangular del amor de Sternberg se puede explicar el fenómeno del amor y las relaciones interpersonales amorosas. Como podemos observar, se diferencian distintos elementos que componen el amor, y las combinaciones de estos.

Amor

Vivimos en tiempos líquidos, en los que las relaciones humanas son más frágiles que nunca, y las relaciones sólidas, una ventaja y un inconveniente al mismo tiempo. Del mismo modo que la relaciones líquidas, también parecen tener sus pros y sus contras.

¿Para qué evitamos, entonces, comprometernos? Evitar comprometernos o “atarnos” a una persona es un comportamiento como cualquier otro, y por tanto, otra conducta más que cumple varias funciones o intenciones en el contexto en el que se desarrolla:

  1. Nos sirve para evitar que nuestros actos o conductas repercutan de forma aversiva en el estado emocional de otra persona. Nos referimos a “no querer implicarse emocionalmente con alguien por miedo a hacerle daño y lo que eso diría de nosotros”.
  2. Nos sirve para no tener que privarnos de situaciones placenteras, a las que exponernos teniendo una relación de pareja, nos haría sentir mal y podrían no ser éticas.
  3. Nos sirve para poder experimentar mucho más placer emocional. Tenemos muchas posibilidades de recibir feedback o reforzamiento social de otras personas si estas nos consideran “disponibles”: tenemos abiertas nuestras puertas. Además, solemos asociar que, cuantas más personas nos elijan, más atractivos somos.
  4. Nos sirve para evitar la posibilidad de que la relación de compromiso termine convirtiéndose en tóxica (en la que lo importante sea mi bienestar propio, sin importarme que ello implique malestar en mi pareja) o directamente que se termine, dado que si no empiezo algo, no puede terminar. Nuestra vida nos ha enseñado que podemos pasarlo muy mal si le decimos a otra persona que queremos salir con ella y nos dice que no, y no podemos permitirnos asumir, por tanto, el riesgo de comprometernos demasiado con alguien.

Por Lucía López Maroto

@_lucialopezm

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