La infancia y la adolescencia son períodos de suma importancia en la vida de las personas. Durante éstos, tienen lugar procesos de desarrollo básicos, en donde se conforman aspectos psicológicos como el apego, el conocimiento de sí mismos y de los otros, de la vida social, e incluso el juicio y razonamiento morales. Aunque a veces asumimos que son etapas libres de preocupaciones, gran parte de los desórdenes psicológicos más frecuentes aparecen durante los primeros años de vida, en la etapa infantil, afectando a nuestros hijos en el plano emocional, comportamental y en su aprendizaje. Según The National Institute of Men Health, la mitad de los casos de enfermedades mentales que duran para toda la vida comienzan a los 14 años. Es en casa donde empieza la educación y donde se van adquiriendo los primeros valores, hábitos y habilidades que nos acompañarán a lo largo de nuestra vida, por lo que el papel que tienen los padres es primordial. De modo general, nos centraremos en aspectos clave que pueden influir directamente y de forma significativa en la salud psíquica de su hijo.
En la crianza de un niño o una niña es fundamental que tanto los maestros como los propios padres y madres estén constántemente actualizándose en las nuevas pedagogías alternativas que nos ofrece el mundo de la Educación. Existen numerosas formaciones presenciales o cursos online para educadores y padres que pueden apoyarnos a la hora de criar a nuestros hijos.
Los estilos de crianza
Schaeffer estableció en 1959 la división de estilos que predominaría en los estudios posteriores como los de Baurmind (1980) o MacCoby y Martin (1983). Se agrupan en cuatro categorías que describen las tendencias de comportamiento de los padres en la forma de educar a sus hijos.
- Autoritario: son padres muy exigentes, controladores e inflexibles, que basan su disciplina en castigar (a veces físicamente) sin negociar ni dar explicaciones y sin mostrar empatía ni cariño o afecto. Los hijos de estos padres aprenden que hay una única forma de hacer las cosas, y que, al hacerlas de otra manera son fuertemente castigados, por lo que serán impulsivos, agresivos y poco tolerantes, además de tener una baja autoestima y poca confianza en sí mismos.
- Permisivo: padres poco restrictivos, que acceden fácilmente a los deseos e impulsos de sus hijos. No exigen responsabilidades ni comportamientos adecuados. Prefieren no enfrentarse a la rabieta de su hijo comprándole una bolsa de chuches, aunque tenga una muela picada. Sus hijos tendrán poco sentido de la responsabilidad y madurez. Se sentirán inseguros e incapaces de controlar sus impulsos y de hacer frente a situaciones difíciles, al no haber tenido límites claros y haberles consentido todo para que “no se traumasen”.
- Negligente: hay padres que no se involucran en el cuidado y la educación de sus hijos, de modo que estos entienden que cualquier cosa es más importante que ellos. Suelen ser los que tienen más dificultades emocionales y sociales, así como valores pobres y una autoestima aún más pobre.
- Democrático: considerado el estilo por excelencia. Son padres que saben establecer responsabilidades y límites, cuyo incumplimiento se corrige inmediatamente, razonando por qué su comportamiento es inadecuado y qué se espera de él, de manera que el niño va adquiriendo madurez y conciencia. Tienen en cuenta lo que piensa y siente y le ayudan a gestionarlo. Estos hijos crecerán mentalmente sanos, con un concepto realista de sí mismos y una autoestima elevada. Habrán aprendido a ser responsables, a controlarse según qué situaciones, a ser más autónomos y, en definitiva, serán más alegres y felices.
Cómo desarrollar un estilo de crianza democrático
- Establece límites claros y sé consistente: procurando no gritar y desechando el castigo físico (suele tener más consecuencias negativas que positivas). Si hace falta castigarlo, explícale por qué lo que ha hecho está mal y hazle entender que todo tiene consecuencias.
- Dale responsabilidades: de manera que vaya adquiriendo un sentido del deber y entendiendo que la mejor forma de obtener recompensas es esforzándose.
- Permítele cierta independencia: a veces los sobreprotegemos para que no se hagan daño o corran peligro, pero es mejor ayudarles a que se atrevan a explorar, hacer cosas por sí mismos y a tomar sus propias decisiones. El mejor aprendizaje proviene de la experiencia.
- Promueve sus éxitos y acepta sus fracasos: felicita a tu hijo siempre que haga algo bien, y si hace algo mal, ayúdale a corregirlo en lugar de recordárselo continuamente.
- Evita las comparaciones: aunque queramos que nuestros hijos tengan ejemplos de conducta adecuados, ellos entenderán que no son válidos tal y como son, lo que puede generarles frustraciones y sentimientos de envidia e inferioridad.
- No uses etiquetas: un acto aislado no define a la persona. Puede haber hecho algo mal, pero no es lo mismo que decirle “eres malo”.
- Anímalos a perseguir sus metas para que confíen en sí mismos y desarrollen esa ambición de mejorar y no estancarse en la mediocridad. Si quitamos valor a sus sueños podemos llevarlos a que abandonen fácilmente.
- Sé un ejemplo de los valores fundamentales que quieres transmitirle, ya que, en caso contrario, estarás enseñándole a no ser congruente.
- Empatiza con ellos, haciéndoles entender que sus sentimientos son importantes y ayudándoles a canalizarlos.
- Demuéstrale que le quieres: se cariñoso, muestra afecto y pasa tiempo de calidad con él, sin olvidar que no eres su amigo y que un hijo necesita normas y supervisión.
Los niños aprenden de nosotros y lo reflejan en su forma de pensar, de actuar, de resolver problemas… Si bien es cierto que los padres no son las únicas figuras educativas, sí son las referencias más importantes para sus hijos, y, por ende, los primeros encargados de promover su cuidado y sus capacidades, de guiarles, sostenerles y de conocer sus necesidades.
Por Ángelo Andre Centeno.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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