Los seres humanos tendemos a ser resultadistas; valoramos las cosas según se han cumplido o no las expectativas o el resultado que teníamos sobre algo. Ya bien sea en valorar el esfuerzo de los hijos si han aprobado el examen o estimar mejor a las personas si han conseguido muchos éxitos a lo largo de su vida. Esta forma de interpretar la vida es un enfoque muy negativo y simplista que reduce las experiencias a un dicotomía de sí o no, cuando la vida es un conjunto de posibilidades mucho más complejas que eso. Por este motivo, es mucho más importante fijarse en el “viaje” (la suma de cosas que hacen que lleguemos a un resultado) que en el “destino” (el resultado en sí mismo).
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¿El resultado define nuestro éxito o fracaso?
En el ámbito deportivo se valora a los deportistas y equipos según ganan partidos y trofeos, y se devalúa cualquier otro tipo de éxito que no se refleje directamente en una mejor posición de la competición en la que se participa. Pero esto es sólo la punta del iceberg de todo lo que conlleva competir y mejorar en un deporte. Los entrenamientos, las horas viendo videos de los mejores atletas, las lesiones, los fracasos, la deportividad, etc. son aspectos que son olvidados pero que son igual o más importantes que el resultado.
Y sí, el fracaso forma parte (y es muy importante) del proceso de aprendizaje de una persona en cualquier aspecto de su vida, y por lo tanto, debe de ser tratado como un paso más de la mejora. Esto tiende a sorprender a las personas, ya que el fracaso es lo diametralmente opuesto al resultado positivo (ganar un partido o meter 3 goles), y por eso suele ser evitado a toda costa y cuando aparece, se afronta con apatía y desilusión. Pero nada más lejos de la realidad, el fracaso hace que aprendamos diferentes enfoques y formas de afrontar las situaciones, y nos hace replantearnos el por qué hemos fracasado y cómo no volver a cometer los mismos errores.
Así es el caso de muchos deportistas de éxito que se encuentran en las altas esferas del deporte. Por ejemplo, Michael Jordan, considerado por muchos expertos el mejor jugador de la historia del baloncesto, no fue ni siquiera admitido en el equipo de su instituto por no ser lo suficientemente bueno. Además, él mismo en numerosas ocasiones ha dicho que el fracaso es lo que le ha hecho mejorar y tener éxito con frases como :“He fallado más de 9000 tiros en toda mi carrera. He perdido cerca de 300 partidos. Mis compañeros han confiado en mi 26 veces para meter el tiro ganador y he fallado. He fallado una y otra vez a lo largo de mi vida. Y por eso es por lo que he triunfado”.
Y esto no se limita solo al ámbito deportivo y a los deportistas en sí; el fracaso forma parte de cualquier acción que realicemos, y que aparezca no significa algo negativo ni que seamos dignos de menosprecio. El fracaso es algo relativo y depende de la forma de medirlo que tengamos, ya que un fracaso estrepitoso para una persona puede ser un avance al objetivo a alcanzar para otra.
Y ya no sólo el fracaso, aunque consigamos el resultado que queremos, en muchas ocasiones el proceso que nos ha llevado a triunfar nos puede enseñar mucho más o ser más gratificante que el éxito en sí mismo. Así como el ganar un partido es importante, mucho más importante y satisfactorio es el haber realizado una buena labor de equipo y habértelo pasado bien jugando con tus compañeros, haciendo así que se fortalezcan los lazos para futuros enfrentamientos, llegando a hacer grandes amigos por el camino hacia la victoria.
En definitiva, el resultado es importante y no está mal tenerlo en mente, pero es mucho más importante el proceso de hasta llegar a él; hay que asegurarse que ese proceso sea sano, desafiante y, sobre todo, satisfactorio, contemplando siempre que el no conseguir los objetivos no es algo malo per se, sino algo que forma parte del camino y de lo que se puede aprender mucho.
Por Álvaro Bejarano Andrade